Nunca fui amigo de las etiquetas generacionales desde que me familiaricé con ellas en los 90. Intentar describir a una generación global etiquetada como Millenial, Z o Alpha siempre me pareció ridículamente ambicioso considerando la cantidad de subtribus y realidades socioeconómicas y culturales dispersas del mundo presente. Claro que reconozco que la globalización es innegable y se puede notar en modas transversales antes impensadas como el K Pop o la evidente asimilación de comidas étnicas en las ciudades capitales. Pero siempre me pareció una sobre simplificación etnocéntrica norteamericana que enmascara el vicio de creer que describir Estados Unidos es describir al mundo (para ejemplo, cuando un equipo de Básquet gana el campeonato de la NBA, el dicho aquí es que es “campeón mundial” y lo mismo sucede con el beisbol). Claro que este etnocentrismo norteamericano tiene cómplices y embajadores en otras partes del mundo y así hay muchos ingenuos en algunas partes de América Latina que suelen repetir estas descripciones como si fueran universales y más en el ámbito evangélico a donde creemos que si vale la pena, se dijo, se escribió y se cantó primero en inglés. Hace no mucho, por ejemplo, escuché una conferencia en Colombia describiendo a los adolescentes “de hoy” como “Millenial”, con exactamente la misma descripción de un libro en inglés que leí hace más de 15 años y cuando en realidad los mileniales tienen ya en su mayoría más de 25 años. Pero para que todos nos ubiquemos, voy a usarlas para ilustrar que es vital contextualizarse sin retraso y en la correcta demografía.
En el ahora y el acá
Luego de un suceso histórico y en verdad global como fue la pandemia del Covid-19 tenemos una oportunidad inmejorable de contextualizarnos en el ahora y el acá y debemos hacerlo con mirada laser haciéndonos cargo de que hoy tenemos una gran cantidad de pastores de la Generación X que todavía están pensando en los mileniales mientras la cultura mediática ya está embarazada de gustos y
percepciones de la generación Z. La Generación Z, o Gen Z es la generación que viene detrás de los mileniales y antes de la Generación Alfa aunque este es un término prepandemia y ahora algunos están hablando de la generación Pandemial (ver investigación de e625 en el servicio premium). Los sociólogos y culturologos pop enmarcan a los Z como aquellos nacidos en la primera década de este milenio y es bueno notar que la gran mayoría son hijos de la Generación X e incluso algunos millennials (aunque en algunas conferencias con buen look pero poca investigación les llamemos adolescentes). Los X fueron los que se enteraron en su adolescencia de que era importante cuidar la autoestima con palabras positivas y los mileniales fueron ya la primera generación completa que se crio con una continua exposición audiovisual a la noción de derechos humanos. Hoy puede parecernos lo más normal del mundo pero ni autoestima ni derechos humanos era algo de lo que se hablaba demasiado hasta los 60 y 70 en los Estados Unidos o los 80 en América latina y España.
Quizás por tener estos padres y a la mayor exposición a información es que en comparación con las generaciones anteriores, los miembros de la Generación Z tienden a comportarse mejor y ser más prudentes con las adicciones a sustancias y por eso predicarles en contra de los vicios en cada reunión ya no es tan contracultural como hace 30 años y quizás innecesario ya que ellos saben mejor que muchos adultos cuáles son los problemas con las adicciones clásicas. Quizás como un efecto del imán de las pantallas hoy los Z tienden a vivir más lentamente que sus predecesores cuando tenían su edad aunque sigamos diciendo que viven de maneras más aceleradas por la inercia de decirlo. Para ejemplo, hoy en occidente tienen tasas más bajas de embarazos en la adolescencia y consumen drogas y alcohol con menos frecuencia aunque claro, estos índices son de las grandes ciudades y los hijos que están en los sistemas escolares y suele haber una gran brecha con los que se crían en las periferias y situaciones de extrema pobreza. Ahora, si lo que queremos es hablar de adicciones hay una en crecimiento y es a la tecnología. La contraparte de que el grueso de la generación Z sienta una menor atracción por las sustancias es que son más propensos a tener problemas de salud mental, lo cual ilustra la gran necesidad de un análisis más profundo de cómo es que los herederos de las generaciones de la autoestima tienen niveles más altos de ansiedad y depresión y cuál es el verdadero efecto de las redes sociales en ellos al ser la primera generación que se crio con ellas desde la cuna. Del lado de padres y líderes, se hace evidente que no podemos conformarnos con que simplemente sigan a influencers cristianos aunque sea mejor a que sigan a los que no lo son. El punto es que el ahora y acá demanda que aprendamos a hacer algunas transiciones tácticas fundamentales si queremos contextualizar sabiamente nuestros esfuerzos.
De lo afectivo a lo efectivo
Lo primero y básico es que necesitamos dejar de hacer por inercia lo que aprendimos de nuestros afectos. Gloria a Dios por nuestras familias espirituales, mentores y pastores, pero honrarlos es discernir lo que es realmente esencial en la experiencia de la iglesia para nuestro ahora y no lo que fue esencial para ellos. El otro día escuchaba a un “gurú” de liderazgo de la iglesia americana insistir en que las iglesias deben contextualizarse pero sin aclarar que todas las iglesias están contextualizadas… Es decir, la idea es correcta pero la explicación incompleta porque todas las iglesias están contextualizadas, quizás en algún otro momento y geografía pero no es que no están contextualizadas. Quienes cantan himnos europeos del siglo 17 como norma y se visten como los misioneros que les trajeron el evangelio hace 100 años asumiendo que esa es la manera “bíblica” (¿?) de hacerlo están contextualizados en una época que ya no existe pero no es que no están contextualizados. El punto de la contextualización es estar aquí y ahora y no en la década pasada en Australia o en los 70 en Estados Unidos o Alemania en los 1600. La contextualización activa y que necesitamos es una que honrando su pasado se ubica en el presente y aprendiendo de lo que Dios ha hecho en otras culturas se ubica en la suya. Y cuidado con que creer que esta revisión de estrategias se reduce a renovar estilos musicales o la ropa. Cambiar el himnario por una pantalla LED y la corbata por un skinny jean es un aspecto superficial porque la verdad práctica es que se puede disfrazar una liturgia y estrategia de 500 años con un look contemporáneo sin hacer ningún cambio sustancial de visión. El punto es poner el palo en la rueda y evaluar por qué hacemos lo que hacemos. Como digo en el libro Liderazgo Generacional: “hay algo peor que no saber hacer las cosas y es no saber por qué las hacemos.”
– De lo proposicional a lo inductivo
No estoy seguro de que alguna generación haya estado ansiosa de que alguien más les diga qué hacer con sus vidas pero si estoy seguro de que los Z están desesperados por ser escuchados y sobre todo conocidos. Tengo dos en casa así que no solo lo digo por lectura de campo sino por observación directa de mis hijos. Al decir “escuchados” me refiero a sus ganas de hacer preguntas y saber que hay detrás de la información escuchando ideas distintas y al decir “conocidos” no me refiero a fama pero sí a que sus líderes los vean como individuos con características particulares y no un número o parte de una masa en una reunión o clase. Lo he dicho en distintas ocasiones pero parece ser tan contracultural que a demasiados les cuesta asimilarlo así que ahora entendí que debo repetirlo y decirlo todavía más fuerte: Uno de los problemas más serios que tiene la iglesia contemporánea es su enorme capricho con los sermones. Yep. El arte del sermón que aprendimos de nuestros antepasados de los últimos siglos tiene más que ver con Grecia, el imperio romano y Europa que con Jesús, los hebreos y la Biblia y una de las razones de porqué no somos tan eficaces en el discipulado es precisamente cuánto apostamos a ellos. ¿Nunca te preguntaste por qué tantos cristianos no aplican lo que escuchan en la iglesia? Veamos.
¿Cuántos sermones al año escucha el cristiano promedio? ¿40? No estoy hablando de cristianos nominales. Hablo de hermanos y hermanas evangélicos. ¿50? Estoy seguro de que eso es más que el promedio, pero hay gente entre nosotros que escucha tu sermón semanal y el sermón de su predicador favorito y lo siento, no quiero desalentarte, pero puede que no seas tú y que a raíz de la cuarentena y pandemia ahora se estén “congregando” con algún otro predicador de otro país.
El punto es:
Hay decenas de cristianos que han sido sermoneados durante décadas, y siguen siendo bebés en Cristo. Por lo tanto, surge una premisa, y es que los cristianos no se transforman simplemente escuchando sermones semana tras semana y que no podemos seguir repitiendo esto con los Z. Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto? ¿Podemos hacer algo o los sermones no se pueden tocar? ¿Y si los sermones son realmente una vaca sagrada para nosotros, la élite de los comunicadores cristianos? ¿Qué pasa si insistimos en usarlos solo porque son una manera de hacernos los artistas virtuosos de la iglesia, pero no son la mejor manera de ayudar a las personas a aplicar lo que aprenden?
Y claro, sé que algunos estarían tentados a decirme, «pero hay sermones en el Antiguo y el Nuevo Testamento». Hm, sí, pero fueron espontáneos, conversacionales e incluso esporádicos, lo que significa que no eran algo programado para cada fin de semana en un formato específico para que ocurra siempre en el mismo baticanal (Esto lo entendieron los X). Tomemos por ejemplo el sermón de Pedro en Hechos 2 o el de Esteban en Hechos 7 o el de Pablo en Hechos 17. No estaban exactamente programados y «en ambientes controlados» creados para escuchar un monólogo religioso. Y señalemos el discurso más famoso de las Escrituras. El sermón en el monte en Mateo 5 a 7. Sí. Eso es Jesús hablando por aparentemente un buen rato, aunque los eruditos insisten en que estaba hablando con los discípulos y no con los asistentes, pero más allá de eso, ¿no es raro que este sea un caso único en el ministerio del maestro más grande de todos? Estamos hablando del mejor líder de la historia (publicidad de un libro mío encubierta) y sólo podemos señalar un sermón. ¿Por qué? Los sermones, tal como los practicamos hoy en día, tienen más que ver con los sofistas griegos acreditados por inventar la retórica (el arte de discurso persuasivo) que lo que practicaron Jesús y los hebreos en general, particularmente en las sinagogas. Jesús no priorizó los monólogos sino que fue un maestro en hacer preguntas y llevar a la gente a donde quería sin un largo discurso para demostrar su elocuencia como el que nosotros acostumbramos. Con la excepción del llamado sermón de la montaña relatado en Mateo 5 al 7 casi no lo encontramos dando grandes discursos. En muchas ocasiones respondía preguntas con más preguntas y no porque no supiera la respuesta. Jesús no era un líder inseguro que suplicaba aprobación sino que obviamente priorizaba el descubrimiento de las personas en lugar de mostrar sus conocimientos y por eso muestra su preferencia por la inducción en vez de la proposición. Necesitamos capacitar a nuestros líderes para escuchar. Para hacer preguntas inteligentes. Para conversar y colaborar. Para círculos y no pirámides En algunos ámbitos académicos se está hablando de que los hijos criados en un marco de redes sociales personales que “deben crecer en seguidores “están enfrentando una disminución de las capacidades cognitivas, especialmente entre las élites ya que son las que tienen mayor acceso a la apariencia y por eso es urgente brindarles más que videos unidireccionales con los que solo pueden interactuar con un view, un like o un pequeño comentario. Lo que salta a la luz es que debemos dejar de educar para repetir y debemos hacerlo para investigar. Los Z y los que vengan detrás necesitan que les ayudemos a pensar y no que solamente les digamos qué pensar y la iglesia postpandemia tiene no solo una gran oportunidad de hacerlo sino una urgencia debido al riesgo de seguir retroalimentando un cristianismo pasivo que cree que puede ser y hacer iglesia escuchando un discurso semanal lo cual va a caerle en la cara a muchos luego de que la gente se
acostumbró a mirar reuniones desde su casa en pijama.
– De lo cultico a lo misional
La misión que se nos dio en Mateo 28 no fue la de ejecutar un programa religioso semanal. Las reuniones y los servicios de la iglesia son un medio y no una meta, una avenida y no un destino, una nota pero no la música y no hay nada sagrado en ellos aparte de la comunión interactiva con el Espíritu y la Palabra de Dios. Y para la comunión necesitamos la provisión de Dios y… personas
Un incipiente problema que veo en muchas de las iglesias que en la última década se enfocaron en los mileniales por ejemplo, es que sus ministerios con los Z son débiles y la razón es que su reunión general
del domingo es una reunión clásica de jóvenes y entonces las reuniones de adolescentes si también siguen el mismo formato pasan a ser una reunión igual solo que más pequeña en un día diferente de la semana y sin el comunicador principal y que compite con la del domingo. La realidad practica es que en las iglesias de énfasis millenial la reunión de los domingos son el calco de las reuniones de jóvenes de antes solo que con ropa cool y techos negros en vez de blancos y como muchas de estas iglesias solo renovaron la estética pero no mejoraron el discipulado, los adolescentes no solo se aburren sino que a sus líderes se les hace muy cuesta arriba competir con el domingo. Y algo similar sucede con los ministerios de niños que muchas veces son una guardería para que los niños no tengan que estar con sus padres en la reunión en vez de un programa educativo intencional.
Lo que resumo de cientos de libros leídos, cientos de conferencias escuchadas y mi propia practica ministerial es lo siguiente: El discipulado no es un programa y sí es una relación. Entonces, si estamos ejecutando programas y no estamos desarrollando relaciones sólidas y profundas, estamos fuera de poco y malgastando fuerzas en eventos en vez de cumpliendo con la verdadera misión.
El desafío y la oportunidad
Hoy muchos creen que la iglesia en Hispanoamérica tiene un problema de profundidad doctrinal y no voy a discutirlo pero ¿y qué si el problema no se inicia allí, sino que es consecuencia de la superficialidad
relacional? ¿Qué tal si lo que sucede es que para ser una iglesia fiel a Dios y eficaz en particular con los Z y los que vengan detrás, lo que necesitamos es primero mayor profundidad relacional para luego a través de las relaciones interpersonales facilitar mayor profundidad doctrinal y espiritual? Todos conocemos iglesias con un púlpito fuerte y que igual pierde a demasiados hijos en el camino y otras donde los sermones, son digamos que promedio, pero la gente sigue pegada. ¿Por qué sucede eso? Se llama profundidad relacional y lo que debe venir después es la contextualización en el acá y ahora y allí es donde también comienzan a mejorar las reuniones pero como consecuencia de que las relaciones ya están y no como consuelo o muleta porque la profundidad relacional no está. El hallazgo es que es en el matiz de las relaciones contextualizadas que todo esto se puede lograr y por eso la iglesia postpandemia debe otorgar un valor más fuerte y una atención más profunda a la comunión de lo que le dieron nuestros afectos proposicionales en el siglo pasado.
Las relaciones, los diálogos y la Koinonia son las autopistas de doble vía por los que podemos conectarnos mejor con las nuevas generaciones sin retrasos y despistes culturales y por eso, en lugar de simplemente mejorar nuestros servicios en línea, nuestros sermones, nuestra alabanza y nuestras reuniones en el templo, llegó la hora de DES americanizar, DES europeizar y DES romanizar la iglesia para volver a ser cómo esa comunidad primitiva de discípulos audaces y generosos que aunque no tenían un lugar ni un horario oficial de reuniones cambiaron el mundo para siempre.
Quizás lo que la iglesia postpandemia debe recordar para asegurase que no perdemos la atención de los Z y los que siguen es que Jesús no dependió de los sermones ni de la alabanza como nosotros y ese pasado es quizás nuestro mejor camino hacia un mejor futuro.