La historia de Jesús no es la de alguien que se hace grande luego de haber sido pequeño, un don nadie que se hace poderoso, ni alguien que prospera al haber sido pobre. Su historia es la opuesta. Él es quien, al tenerlo todo, decide dejarlo por llegar a servir y es en esta verdad que descansa el liderazgo cristiano.
El apóstol Pablo, en su carta a los habitantes de Filipos, que en ese momento era una puerta de entrada a Europa, famosa por sus yacimientos de oro y su gente orgullosa, escribe:
«La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!» (Filipenses 2:5-8).
Los cristianos entendemos, al menos fragmentariamente, las razones iniciales por las cuales Jesús escogió este camino. Sabemos que este sacrificio, humillación y servicio era necesario para nuestra redención. Sin embargo, ¿por qué Jesús hizo eso desde la perspectiva del liderazgo? ¿Y por qué el Nuevo Testamento insiste tanto en que vivamos de la misma manera?
Lo que Jesús discutió acerca del liderazgo
Aunque a algunos les sorprenda, en algunos rincones de Iberoamérica se ha escuchado que no es bíblico usar la palabra líder porque no está en la Biblia lo cuál no es cierto y tiene una explicación muy simple de que algunos digan esto y es que depende de la traducción y el idioma en el que leamos la Biblia el que encontremos la palabra específica, más allá de su significado. Todos los líderes cristianos debemos tener en claro que la Biblia no fue escrita en español y menos en el siglo pasado. Por ejemplo, la traducción iniciada por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, dos monjes sevillanos deseosos de que el pueblo español pudiera leer la Biblia en su propia lengua y no en latín, no es «LA» Biblia sino una «traducción» entre otras y lleva un año al lado del nombre porque al provenir de una revisión hecha en 1602 de la que hizo Reina en 1569 cada tanto van cambiando las palabras para asegurarnos que lo que cuidamos es el significado. Y es que hay un desafío al traducir de un idioma a otro: siempre hay una variada gama de posibilidades para traducir diferentes ideas y palabras y, además, el vocabulario no es algo sólido sino líquido: es decir que va cambiando su forma según el uso de los pueblos y los tiempos. Testimonio de eso es que la versión que no tiene la palabra líder es la revisión Reina Valera 1960, que es todavía la más usada en América Latina; pero sí aparece en la Reina Valera Contemporánea, que es una versión realizada con el mismo criterio y manuscritos originales, a través de las Sociedades Bíblicas Unidas, asociación responsable de que tengamos la versión 1960. Además, en español tenemos otras traducciones como la Nueva Versión Internacional, que fue elaborada por un comité convocado por las Sociedades Bíblicas Internacionales con los mejores lingüistas y traductores contemporáneos y que sí usa la palabra líder. Y también podemos mencionar la Biblia de las Américas. Así que la afirmación de que la palabra líder no está en la Biblia es simplemente un mito. La palabra líder sí está en diferentes traducciones al idioma español, y también, entre otros, en inglés, francés y alemán.
Según la compresión popular amparada en la Real Academia Española, la palabra líder tiene dos definiciones, aunque puede tener diferentes significados para distintas personas:
Al mirar la Biblia, nos encontramos con personas en ambas posiciones, y Jesús no cuestiona esas realidades. Contrario a lo que creen algunos, no dijo que está mal ser el primero, o el mejor, o el que dirige, ni dijo que había que ser el primero, el mejor o el que dirige. Al decir que los primeros serán últimos, está reinterpretando con agudeza el verdadero significado de estar al frente. No está cambiando la definición. Está cambiando su significado. Está cambiando la causa y el porqué de liderar. Inmediatamente después de decir que los últimos serán primeros, y los primeros, últimos (ver Mateo 20:16), sucede esta escena:
«Entonces la madre de Jacobo y de Juan, junto con ellos, se acercó a Jesús y, arrodillándose, le pidió un favor. ―¿Qué quieres? —le preguntó Jesús. —Ordena que en tu reino uno de estos dos hijos míos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda. —No saben lo que están pidiendo —les replicó Jesús—. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo voy a beber? —Sí, podemos. —Ciertamente beberán de mi copa —les dijo Jesús—, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo. Eso ya lo ha decidido mi Padre. Cuando lo oyeron los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Jesús los llamó y les dijo: —Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así see. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:20-28).
La repuesta de Jesús a la pregunta de la madre es curiosa. No dice, como acostumbramos a leer inicialmente, que está mal lo que quieren. Lo que responde es que no saben lo que quieren, y les pregunta si están dispuestos a beber el trago amargo que él beberá. En otras palabras, ¿quieren la recompensa de una posición de liderazgo? ¿Quieren estar en la misma posición de Cristo en la gloria? Tienen que seguir su mismo camino. Deben estar dispuestos a pagar el precio del sacrificio. Y luego lo hace todavía más contundente al decir: «El que quiera ser el primero debe ser el eslavo de los demás». O sea: ¿quién es el mejor líder según el significado que le da Jesús? El que más sirve.
La relevancia del servicio
Una mala interpretación de lo que quiere decir la palabra relevante ha empujado a la Iglesia a creer que es relevante usar la palabra relevante, pero sin ningún análisis de lo que quiere decir. Relevancia no es sinónimo de tecnología, música contemporánea o ser un líder cristiano que se viste a la moda. Relevante es lo que en verdad le interesa a la gente, pero más allá de la piel y la vista. Lo que le provoca una reacción que va más allá de lo emocional, momentáneo y superficial. Relevante es aquello que responde a sus necesidades.
Siempre, para cada uno de nosotros, es relevante lo que responde a nuestras necesidades, y por eso el liderazgo de servicio es siempre relevante. La gente busca desesperadamente líderes que los guíen, que les agreguen valor, que los influyan positivamente, y que los sirvan. Es instintivo y por eso, dos mil años después, seguimos hablando de Jesús como la persona más influyente en la historia humana. Él sirvió a un mayor número de personas, y un mayor número de personas le sigue a él. Hoy hay muchos líderes cristianos que leen libros de negocios, lo cual, por supuesto, no es malo; pero hay algo que notar para no pecar de ingenuos y saber adaptar esas lecciones a otros ámbitos del liderazgo: no siempre lideramos «empleados», y eso cambia totalmente las reglas del juego. Para que la gente nos siga, quiera aprender de nosotros e incluso obedezca cuando es lo apropiado, si no vamos a servirles, al menos a través de un salario, tenemos que estar seguros de que les estamos sirviendo de alguna manera práctica. Siempre he llamado a eso la ley de la compensación. Una regla de conducta que dice de que si quiero algo de alguien, debo darle algo. Si quiero ser el primero, debo aprender a ponerme detrás o debajo de esa persona también. De eso nos enseñó Jesús.
Otra tendencia presente en Iberoamérica, quizá por la influencia norteamericana de la mentalidad de «formula», es que, con mucha frecuencia, los líderes de la Iglesia han actuado como si la clave del liderazgo fuera deslizarse hacia un modelo de franquicia y clonado respecto a alguna iglesia grande, sobre todo si está en Estados Unidos o más recientemente, Australia. Sin embargo, la observación histórica nos dice que muchas veces cambiamos un conjunto de estilos rígidos y tradicionales, de métodos y maneras de pensar por otros igualmente rígidos, pero con música contemporánea y con una nueva estética, y con eso ya creemos que estamos siendo relevantes. Hemos actuado muchas veces sin la suficiente reflexión, sin pensar seriamente en las profundas relaciones que existen entre el servicio cristiano, la iglesia y la cultura, entre el pasado, el presente y el futuro, entre nuestros métodos y nuestro mensaje. Hemos sido propensos al formulismo e irreflexivamente pragmáticos, sin ser tan inocentes como palomas ni tan astutos como serpientes (ver Mateo 10:16) y, en el camino, nos hicimos irrelevantes a muchas comunidades.
En el lado opuesto, muchos que conocieron a la madre Teresa de Calcuta, han confesado que ella siempre estaba lista para sermonear a cualquier oyente que tuviera cerca sin importar cuán encumbrado fuera. Lejos de la imagen creada por los medios que la mostraba como una tierna ancianita, sus biografías destacan que era una mujer de carácter difícil y que era, a lo menos, «incómodo» estar a su lado.
Analizando a las figuras más destacadas del siglo pasado, la revista Time registra que, en 1994, la madre Teresa fue invitada a un desayuno presidencial en la Casa Blanca, donde, al tomar la palabra en presencia de varios mandatarios mundiales, comenzó diciendo: «San Juan nos enseña que el que dice amar a Dios pero no ama a su hermano, es un mentiroso y ustedes aquí presentes o aprenden a amarse entre ustedes, o son unos mentirosos».
¿Por qué un montón de líderes mundiales invitarían y soportarían a una anciana hablar así? Por la relevancia del servicio. Su sacrificio de vida y su influencia entre los más pobres de los pobres y desdichados de Calcuta le había hecho relevante ante los líderes mundiales de su tiempo. Su servicio le daba profundidad, peso y volumen a sus palabras.
Sí. Los mejores líderes siempre se ganan el derecho a ser escuchados a través de alguna actualización contemporánea del lavamiento de pies relatado en Juan 13:4-5:
«Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura».
El fin de la conquista y el principio de la humildad
En la historia de América Latina, el concepto de conquista sigue presente en el inconsciente colectivo de nuestros pueblos. Los libros de historia de nuestro vasto continente registran escenas incendiarias de la cristianización católica-romana del maya, el guaraní, el jíbaro, el inca y el azteca. Sin embargo, los seguidores de Jesús continuamos usando ese lenguaje. Un lenguaje que, sin discusión, en la Biblia es parte del vocabulario del Antiguo Testamento, pero no está en el Nuevo ni en el de Jesús, y no me refiero a palabras sino a conceptos. El mejor líder de la historia no habló de conquistar, pero sí de servir, y su influencia, a través de veinte siglos de historia humana nos sigue susurrando al oído que debemos abandonar esa conceptualización del liderazgo. Nadie, absolutamente nadie quiere ser conquistado, pero todos quieren ser servidos, y esa es la puerta abierta a la relevancia y la influencia.
Si liderazgo es sinónimo de influencia, el liderazgo cristiano tiene que ver con ejercitar la influencia de Cristo y no la de nosotros en la vida de otra persona, y la clave ejecutiva es no intentar conquistarlos sino servirlos. Lo que sucede es que una influencia que está enraizada en el servicio y no en la posición nace básicamente de un corazón humilde. Allí comienza todo porque Jesús precisamente lo deja todo para venir a servir. No obstante, el desafío que emerge en nuestro contexto contemporáneo es cuan ausente está la noción de humildad de la sociedad de consumo e incluso de las más concurridas esquinas evangélicas de hoy. Se hace obvio que la humildad es extranjera en un contexto exitista, donde se sobrevalora la ambición, las posesiones materiales y el estatus social, problema que demasiado seguido se acrecienta porque esos estigmas de la cultura occidental moderna hacen reflejo en espiritualizaciones y versiones cristianizadas de los mismos a través de predicaciones y ministerios que pregonan que esas mismas cosas son justamente el resultado de la fe.
El ejemplo de Jesús nos deja un claro alegato en contra del lujo innecesario, la vanidad y la egolatría del auto servicio. No obstante, es evidente que el problema no es la riqueza, el progreso social o la realización personal. A los líderes de siempre, pero sobre todo de hoy, la humildad claramente nos antepone un conflicto. Por un lado, nos seduce cuando la encontramos; pero, por el otro, la resistimos y renegamos siempre que creamos que es una mala consejera para conquistar lo que creímos que debemos conquistar. Quizás por eso convenga dar una mirada más profunda a la humildad de Jesús. No tenemos dudas que fue un claro ejemplo de un líder que deja el poder y la riqueza para venir a servir y no a ser servido. Sin embargo, es de notar que su humildad fue asertiva y nunca demostró considerarse menos de lo que verdaderamente era. A los oídos de los vecinos de Galilea y Jerusalén, no necesariamente les hacía pensar en humildad el escucharlo. En Juan 7:37-38 leemos:
«En el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó: —¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva».
La semana anterior a esa escena había transcurrido la Fiesta de los Tabernáculos. Por siete días seguidos, los sacerdotes iban al estanque de Siloé a llenar su cántaro con agua para derramarla en el altar del Templo, a fin de recordar la provisión de agua que Dios había hecho mientras vagaban por el desierto bajo el liderazgo de Moisés. Ahora, justo ese día, Jesús desafía el sentimiento religioso judío al declarar que, al venir a él, ya no tendrían necesidad de cumplir sus ritos porque de él manarían ríos de agua viva…
Desde este lado de la historia sabemos la verdadera identidad de Jesús, pero ubicados como pasajeros del presente de Jesús es de notar que ese tipo de afirmación resultaba una abierta provocación. Esta aparente desfachatez resalta que la humildad de Jesús no era sinónimo de baja estima. No era falsa humildad. No era temor al rechazo ni inseguridad. Su humildad radicaba en el trato con la gente, y su compromiso con el servicio y la acción social porque ese es el verdadero significado del liderazgo.